Pensando en escribir unas líneas sobre “La otra Navidad”, la que vivimos los pacientes de dolor crónico, ha venido a mi memoria el título de esta canción: “Aquí estas otra vez” de Franco de Vita, más que nada por su letra:
“Aquí estas otra vez
En cada parte de mí
Es que no puedo olvidarte
Ni siquiera un instante…”
¿Verdad? Sí, estamos pensando lo mismo, cómo se asemeja a lo que viven los anteriores, a pesar de que solo son unos acordes de una canción de amor, y sinceramente no se encuentra dentro del género musical que me atraiga.
No reflexiono que solo sea cosa mía, ya que todos lo aprecian, y es que cada vez llega antes la Navidad, incluso habrá un momento en que se convierta en otra estación del año, dado que existe a su alrededor demasiados intereses creados. Lo cierto es que del otoño no pasamos al invierno, porque a mitad de camino se halla la Navidad.
Esta última cada vez tiene una duración mayor, en realidad se adelanta, la cual viene acompañada de las típicas luces que adornan las calles, y ahora se realizan unas incomprendidas competiciones de luces cuando todos sabemos que existen necesidades más apremiantes.
A ello se añaden los escaparates adornados, la música y coros, sin olvidar por ejemplo, los carruseles que se instalan en la mayoría de las ciudades para entretener a los menores y a sus sufridos padres, cuya música adorna o enmudece el tranquilo pasear, resonando la mayor parte del día al tiempo que te recuerda que “vamos terminando que finaliza el viaje del trenecito”.
¡Si me pudiera subir yo y acabar mi particular viaje!
Muchos sabrán y si no es un buen momento para recordarlo, que elegir precisamente estas fechas fue obra de la recién creada iglesia cristina para desplazar las celebraciones paganas al dios Saturno, que se llevaban a cabo en estas fechas coincidiendo con el solsticio de invierno.
En fin, que es una celebración creada por los hombres y que en mi opinión se nos está yendo de las manos, o ¿no?
Aunque no quieras, la Navidad entra en tu casa por las ventanas, las televisiones, las radios, las visitas, y hasta en la sopa, perdón si estoy siendo demasiado sarcástica.
No sé qué le ocurrirá al resto, pero a mi particularmente me estresa y mucho, algo que ya comenté el año pasado, y ya conocemos lo mal que le sienta a nuestro dolor, el cual no entiende de estaciones, ni de celebraciones; solo conoce bien tu cuerpo y los factores que le desencadenan.
Por ejemplo, el frío y las inevitables nieblas de mis tierras castellanas, el ruido, los petardos, el hecho de que debas alzar la voz en exceso para algunos para que te escuchen, o permanecer sentados en las largas veladas, y todos estos factores confluyen en unas fechas, que se alargan en demasía.
Me estresan las calles a rebosar con gente ávida por comprar y comprar, las tiendas con sus productos como si llegara el fin del mundo o una guerra, y el “ismo” que se apodera de todos. El consumismo, el amiguismo, el buenismo, el fratenalismo, compañerismo y no acabaría (parezco Andrés Aberasturí).
La eterna pregunta que siempre nos hacemos
¿Por qué en estas fechas?
Si vamos al sentido de las mismas, no se ha de olvidar que es puramente de carácter religioso y de compañía o reunión familiar.
Sin embargo, se han tornado en un océano, que no mar, de celebraciones, cenas y comidas de empresa, amigos y familia que no siempre terminan bien y los enfermos crónicos, que lo son todo el año, en estas fechas se sienten desbordados.
Deseo ante todo, que se vea como una opinión particular, desde mi más sincero respeto a unas fiestas, las navideñas y al deseo de reunirse y disfrutar de la familia que puede vivir lejos (una ventaja a veces), si bien porque el mensaje de “felicidad y amor” de estas fiestas solo sirve para dos semanas al año, y el 7 de enero se cierra la caja, junto con el árbol y el belén.
No debería mantenerse todo el año dicho mensaje, igual o con menor intensidad, del mismo modo que se nos demanda a los pacientes una actitud positiva ante la enfermedad.
Alguno me dirá que son realidades muy diferentes, a lo que le contestaría que no conoce bien lo que es vivir todo el año con la realidad invisible del dolor.
Sin olvidar que la mayoría, menos los niños, están deseando que acaben las Navidades, antes de que empiecen.
Según el psiquiatra Rafael Santos, “sobreviven los que mejor se adaptan”, y el reto ante determinadas situaciones, ya sea esta u otra, consiste en “adelantarse” a la incertidumbre y “desarrollar capacidades” para afrontarla.
Pues en ello estamos, porque en tema de adaptación al dolor estimo que, en mejor o peor medida, tenemos un plus; si bien la incertidumbre no es sencilla de gestionar y te ves avocado sí o sí a desarrollar siquiera más capacidades en estas fechas.
Así pues, bienvenidos sean todos los mensajes, y que se acuerden de mí, quienes hablan de fraternidad y amistad el resto del año. Mientras intentaré desarrollar esas capacidades, ya que cuando comentas que tu dolor no conoce de fechas y escuchas “no sigas siempre con lo mismo”, comienza la labor de gestionar emociones en la mesa, o en el café entre amigos (el que pueda). “Olvídate por unos días de ello”, ojalá, verdad. Imaginad que el dolor fuera como la Navidad, con igual duración, en cuanto lleguen las rebajas se acaba.
Volvamos a la realidad, que no será otra que relegar o arrinconar por unos días los problemas endémicos, como el hambre, las guerras, el consumismo y ahora incluiría a la clase política.
En esa loable tarea de desarrollar capacidades, podríamos centrarnos más en el maravilloso poder que tienen las palabras. Qué buenas son y qué mal se utilizan, pues todos sabemos la facultad que hay en ellas para herirte y más en estas fechas. Piensa ahora en las que empleas para verbalizar, por ejemplo, cómo te sientes y valorar si eres escuchada en esa mesa preparada para la ocasión.
¿Os ocurre?
Si es así, el día de Navidad debería repetirse una vez al mes o al trimestre; aunque creo que el contexto dista bastante de lo que acabo de indicar.
La gente no es nada cuidadosa con las palabras, y menos en estas fechas.
Como ha escrito Luis Landero «hay algo en las palabras que, ya de por sí, entraña un riesgo, una amenaza, y no es verdad que el viento se las lleve tan fácilmente como dicen» (Lluvia fina).
Precisamente las reuniones de estas fechas son el lugar más habitual para que se produzcan esta y otras situaciones. Tantas veces sin darnos cuenta, pues es mejor pensar de este modo, las palabras sobrevuelan en unas mesas adornadas y listas para la celebración, e igualmente sin quererlo te sientes como la diana incómoda a la que van dirigidas las mismas; o son los silencios, los que en su caso llegan a decir más que las propias palabras.
Juan Mayorga en su discurso de entrada a la RAE señaló que «el silencio, frontera, sombra y ceniza de la palabra, también es su soporte», por ello cuando estés sentado a la mesa durante estos días junto a tus familiares o amigos, ten presente las palabras que dices y los silencios que escuchas, si en la misma hay enfermos crónicos de dolor u otra patología.
Utiliza papel y tinta para apuntar aquellas palabras que te aporten, alivien, te ofrezcan un sosiego y puedan adornar el año próximo la mesa; y si no es posible puedes adoptar, llegado el caso, el modo “avión” en las reuniones, porque todas las funciones acaban, salvo la que hemos de representar cada día los pacientes con dolor.
Felices fiestas a todos.
Escrito por Leonor Pérez de Vega, autora del blog El dolor sí tiene nombre. Puedes seguirla en Twitter desde aquí.
Gracias, necesitaba leer algo así.