Bárbara Blasco, XVI Premio Tusquets editores de novela 2020
Os presento una Lectupíldora recomendable para todo aquel que desee entender ¿qué hay detrás de los síntomas de una enfermedad?
Por el título pudiera parecer que solo nos va a contar o relatar la enfermedad, y en parte es así, pero hay mucho más en esta novela. La autora en este relato intergeneracional nos logra enganchar con una dosis de humor, ternura y, cuando es necesario, exponer su visión más mordaz de la vida, de la suya propia y la de su familia.
Virginia, la protagonista, no quiere renunciar a la felicidad y a ser madre, todo ello a pesar de los acontecimientos que han ido surcando su vida; ya sean los laborales o familiares. También ha de sumar las enfermedades del cuerpo y del alma que han ido desfilando cual carrusel; sin olvidar los síntomas de estas, los cuales le han hecho más reflexiva y a los que siempre busca un simbolismo, que no siempre existe.
«Solo porque me gusta reflexionar acerca de las patologías —señala la autora–, porque la mayoría de las veces me parecen más sinceros los síntomas del cuerpo que las opiniones de quienes los habitan. Porque encuentro que no hay trampa en ese lenguaje físico emancipado de la hipocresía social».
Porque el cuerpo habla y a veces deseamos que lo haga de otro modo.
Lo sabemos bien los pacientes, que sin quererlo a menudo el cuerpo nos gana pese a la actitud que tomemos. Siempre ha deseado conocer ¿qué dicen nuestras enfermedades o las de otros?, y de este modo comprender mejor todas las realidades, en este caso en un triángulo de familia, amor y enfermedad.
Es contraria a los símbolos y a las metáforas sociales ante la enfermedad (¿os suena?), que «a menudo —en palabras suyas— pueden resultar más duros que la propia enfermedad».
Muchos habrán pasado noches y días en la habitación de un hospital, donde las rutinas que se repiten, con el trasiego de médicos y enfermeras, todo un mundo que Virginia nos va describiendo, mientras espera junto al resto de la familia el fatal desenlace de la muerte de su padre en coma, y con el que la relación ha sido siempre mala.
Un hombre al que califica de egoísta y con buena salud toda su vida, y enfrente una madre siempre enferma, la cual sigue protegiendo al resto de la familia menos a ella. Especialmente a su hermana perfecta, Esther, que tras sufrir una meningitis y de la cual se recuperó sin ninguna secuela. Ahora está casada y es madre y se aprovecha de una urna de sobreprotección en la que le ha colocado la familia, en especial su madre. De ese pedestal no se baja, porque: ¿dónde se puede estar mejor?
Virginia a quien se le pudiera calificar que usa un humor negro nada apropiado, tiene en mi opinión una visión más que acertada de lo que el cuerpo dice.
Es abierta a todos a sus sentimientos que a menudo a de reprimir ante su madre; y por ello entabla relación con el paciente de la cama de a lado; solo y sin familia con el que va tejiendo una complicidad, la cual no agrada ni a su hermana y menos a su madre, que tiene una visión más cerrada o hermética de su vida.
Una novela que os animo a leer, ya que no solo te atrapará, podrás en parte sentirte identificada si eres paciente; y como buena novela nos reserva un final inesperado.
Y aquí os dejo una de sus frases que los lectores que sean pacientes les parecerá tan acertada: «
No es fácil medir el dolor. Alguien debería inventar un aparato que lo hiciera con exactitud, de forma objetiva, con un escala internacional: un sufrómetro».
Escrito por Leonor Pérez de Vega, autora del blog El dolor sí tiene nombre. Puedes seguirla en Twitter desde aquí.