Hamnet de Maggie O´Farrel

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La última novela de esta periodista y escritora irlandesa ha confirmado los sentimientos que ya tenía hacía su obra. Al margen del más que merecido premio recibido por esta, Women’sPrizeforFiction 2020, en cada página hay magia, las más pura y delicada descripción narrativa, con una prosa que, en este caso, me ha permitido adentrarme en el escenario de la Inglaterra del Siglo XVII, y en la casa de la familia del escritor (conocido como el Bardo de Avon).

En esta ocasión O´Farrel ha indagado en aspectos desconocidos de la vida de William Shakespeare, transitando entre la realidad y la ficción de su vida familiar, de la relación con su mujer e hijos que son los verdaderos protagonistas y no él.

Es una novela compleja dedicada precisamente a esos otros, o mejor a ellas, las olvidadas, su mujer e hijos. En una doble línea temporal, pues se divide en dos tiempos, que abarcan la juventud, el enamoramiento, la llegada de los hijos, y la posterior madurez marcada por los acontecimientos de la primera parte.

A pesar de esa división temporal y de utilizar una prosa continua sin apenas pausas, casi lírica, esta autora nunca defrauda y se lee con una facilidad que te embauca hasta a última página

Stratford, Wharwichshire la década de 1580, varios protagonistas y la más destacada será Agnes. Una mujer con un sexto sentido, sensible, que se enamora del preceptor, que da clases de latín en la granja en la que vive con su madrastra Joan y hermanos. Con una conexión especial con la naturaleza, el bosque, las plantas, las abejas, el halcón y los manzanos…

Junto a Agnes aparecerá su fiel hermano Bartholomew quien se convertirá en su familia política, que la ven como una oportunista. De su relación con el hijo del guantero, John, nacerá su más preciado tesoro, los tres hijos de la pareja. Susanna la mayor y los mellizos, Judith y Hamnet, cada uno con sus fantasías y unidos no solo por un vientre común, sino por una magia que solo ellos viven. Hasta que el velo de la muerte se coloca sobre el hogar, como sucedió en aquella época en tantas moradas.

Quisiera destacar cómo nos describe la llegada de la peste a la pequeña localidad de Strarford en el verano de 1596 desde dos escenarios distintos, y su impotencia al no ver quien la necesitaba más.

«Se ha abierto camino de una manera fulminante entre humanos, animales e insectos; se alimenta de dolor, de desgracia, de sufrimiento. Es insaciable, imparable, el peor de los males, el más negro de todos».

Entre ambas líneas temporales el hijo de John marcha a Londres a ensanchar el negocio y allí comenzará su relación con el corral de comedias y la escritura, pero muy poco de esta relación aparece en la novela. Cartas que se cruzan, visitas que se reducen, un dinero que cada vez llega con más frecuencia a la casa, la compra de una nueva casa y todos se preguntan, pues la vida sigue a pesar de los acontecimientos que acechan a la familia.

En su refugio de Londres se aísla del ruido, de la vida, de la gente y de la tristeza, no es más «que una mano con una pluma cargada de tinta de cuya punta van saliendo las palabras».

Mientras, Agnes y sus hijas se refugiarán en la nueva casa, primero por la fragilidad de Judith y luego ante la necesidad de no separarse del lugar en el que reposa parte de ella.

«Toda vida tiene un núcleo, un eje, un epicentro del que todo sale y al que todo vuelve».

El dolor de la ausencia, de haber perdido una parte de ella, el recuerdo de esa sonrisa, las carreras por la casa, las ropas, todo se lo llevó la enfermedad negra y ella no la vio venir en quien más la necesitaba. La culpa y el duelo incesante marcarán lo que le queda de vida, pensando en que su marido no comparte lo mismo.

Desde que te sumerges en cada página, entras de lleno en el mundo de las emociones, en lo más angosto de ellas, hay alegría, afecto, amargura, ira, miedo, tristeza, dolor, y te conducen a un camino en el que no puedes parar. Las lágrimas brotan, sin quererlo, de forma sana y necesaria en alguno de sus pasajes. No porque sean crueles, son fruto de la vida en esa época, pero no podían haber sido descritos de mejor manera por su autora, que es capaz de transporte a esa época, a sus olores y vivencias.

El lector se preguntará: ¿Cómo lo vivió el padre?, ¿qué tributo le podía ofrecer a su amado hijo? No es indiferente, aunque pudiera parecerlo a la tragedia, todo lo contrario, ya que se hunde en un mundo de búsquedas, de preguntas sin respuestas, de una culpa insana.

Creando una tragedia como Hamlet, el resto lo deberá decidir el futuro lector.

Escrito por Leonor Pérez de Vega, autora del blog El dolor sí tiene nombre. Puedes seguirla en Twitter desde aquí.

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