Luis Landero. Tusquets, 2019,
Cuando comenzamos con esta sección de lectupíldoras señalé que hay que procurar encontrar en la lectura de cualquier novela, ensayo u otra obra un entretenimiento, un placer y nunca una obligación.
Para mi es una placer y al tiempo una distracción, porque permite introducirme en otro escenario diferente al cotidiano del dolor.
Como esa es mi intención, reseño aquellas que a mí me han provocado lo anterior y aunque las temáticas puede que no sean del agrado de todos, si comienzas una y no te convence, nunca te obligues a seguir, ya tenemos otros deberes que no podemos esquivar.
La novela que ahora os traigo ha sido una de ellas, y que me atrajo tras escuchar una entrevista a su autor Luis Landero, del que ya he leído otras obras que os comentaré, entre ellas otra igual o más interesante, La vida negociable.
En concreto esta que ahora voy a comentar se le ocurrió a su autor tras leer una noticia e incluso lo que es su título: “Lluvia fina”, esa que se asemeja a un malestar o un rencor que va a calando poco a poco, «que —en palabras suyas— amenaza con tomar un poderoso cauce al límite del desbordamiento».
La base de la misma está en las palabras, que nunca son inocentes o pueden no serlo, y es algo que conocemos bien los pacientes de dolor crónico, tan acostumbrados a oír tantas palabras a destiempo que hieren como aguijones de avispa, o incluso los silencios que pueden ser igual de dañinos, «carecen de vida y no tienen nada que añadir… Son tan brutos y espesos, los silencios, que ni siquiera los tópicos, las frases de relleno, consiguen traspasarlos».
No por ello voy a juzgar a quien las dice o las calla, porque no lo más seguro que no pensó el daño que podían causar al decirlas u omitirlas.
«Hay algo en las palabras que, ya de por sí, entraña un riesgo, una amenaza, y no es verdad que el viento se las lleve tan fácilmente como dicen».
Bueno ya es hora de comentarla, ya que tiene una estructura una tanto compleja, lo que no es obstáculo para seguir la misma. Dicha estructura obedece a que no hay un narrador claro que nos relate con objetividad los hechos, sino una serie de personajes que intervienen y nos cuentan todo lo que les ha sucedido y les sigue ocurriendo, ofreciéndonos su visión de la historia.
Con un catalizador, Aurora, que ahora os explico quién es. Un personaje que despierta la confianza de todos, y a la cual acuden para sincerarse, contarle sus penas, pedir consejo, sin detenerse a pensar ¿quién escucha a Aurora?
En Lluvia fina tenemos a una familia, la madre viuda Aurora y sus tres hijos, Sonia, Andrea y Gabriel. Este último tiene la magnífica idea de reunir a la familia con motivo de 80 cumpleaños de la madre, y este hecho se desatará los reproches, las culpas, los secretos y las historias de la familia, de los que todos hacen partícipes a la mujer de Gabriel, que también se llama Aurora, el catalizador o hilo conductor de toda la trama, como os he comentado.
Aurora la madre tras enviudar se instala en la amargura, que traspasará a sus hijos. Cada uno con su personalidad e ilusiones. Sonia, estudiosa y con ganas de seguir haciéndolo y obligada por su madre a dejar estos últimos y ponerse a trabajar.
Una niña convertida a la fuerza en adulta y esposa por la cerrazón de la madre, que tras su viudez se ha instalado en un espíritu fatalista.
Luego tenemos a Andrea, que deberá ocuparse de la casa, inconformista que igual quiere ser monja, que música y siempre va contra corriente a sus hermanos, a quien culpa junto a su madre de todo lo que le ha sucedido.
Ambas celosas del hermano pequeño, Gabriel el único al que se le ha permitido todo, estudiar o viajar. Es profesor de filosofía y nos muestra la parte aparentemente feliz de la familia, aunque esconde sus secretos, sigue jugando a las chapas y no asume los problemas de su propia familia formada con Aurora y su hija.
Será esta, su esposa y cuñada la que escuche a todos al tiempo que trata de reconducir a su propia familia.
«Los relatos no son inocentes, no del todo inocentes, y que no es verdad que las palabras se las lleve tan fácilmente el viento. No es verdad»
Escrito por Leonor Pérez de Vega, autora del blog El dolor sí tiene nombre. Puedes seguirla en Twitter desde aquí.