Los ingratos de Pedro Simón (Premio Primavera de Novela 2021)
Una nueva reseña o Lectupíldora para este verano, y no por el hecho de estar premiada, algo que no me predispone a la hora de elegir una u otra novela, sino más bien porque me ha retornado, en parte, a mis recuerdos de la infancia.
Unos que recobran entidad en verano, ya que todavía perviven en mi memoria en el pueblo que sigo habitando de forma temporal cada año.
El autor nos traslada a la España de 1975 en la que una maestra llega a su nuevo destino, un pueblo nuevo con sus tres hijos: Vero e Isa, las blandas como las calificará el hermano pequeño David, el protagonista.
Era la vida de numerosas maestras de aquella época y conocí a alguna de ellas. El traslado que se hacía con toda la familia para acercarse a la capital a las casas que ya tenían preparados los ayuntamientos de esa España rural. Porque en casi todos los pueblos había una casa municipal para el médico y el maestro o maestra.
Por unos años se convertiría en el hogar de una familia hasta la llegada del siguiente, y en un tiempo en el que se ocupará de todos los alumnos, pues en esas escuelas no había cursos, todos compartían maestra y lecciones, cada uno en su nivel.
El padre de familia trasladará a todos al nuevo destino y durante la semana regresa a la ciudad a trabajar. Pero las ausencias del padre se prolongan y la madre se halla más absorta en la nueva escuela y más en su trabajo de maestra que en el de madre, lo que desencadena que llegue a casa la Emerita, la Eme. Una señora del pueblo, con una dura historia detrás, que se hará cargo de la casa, aunque sobre todo del pequeño David.
Eme es sorda y los niños la reciben con cierto recelo, hasta que se convierte en la sombra protectora de David, en cierta medida para llenar el vacío que tienen ambos.
Ellos le enseñaran a leer y escribir, con las largas tardes de dictados que comparten, y en una correspondencia que se entrelaza a lo largo de las páginas de esta novela, reflejándonos la crudeza de la vida de la Eme y su nuevo resurgir con la familia de David, que tanto le dio esos años.
Los juegos son en la calle, algunos prohibidos, y esa sensación de libertad que solo se conoce en los mismos y que la cuidad no posee. Como llega el circo al pueblo, las primeras elecciones, pues arrancaba la democracia a pedales y en cada gesto y persona aún se mostraba cierto recelo.
Las anécdotas me resultan más cercanas porque las he vivido, no con esa intensidad, si bien con el mismo recuerdo.
«Ahora pienso que lo que me hacía diferente al resto de aquellos chicos no era que mi padre… Sino que jugara conmigo y los suyos casi nunca»
Tras unos años la madre obtiene el deseado destino en Leganés (Madrid), una plaza de profesora, un nuevo traslado, con otros amigos, el instituto, la universidad, y el recuerdo difuso de la Eme. Volverán al pueblo, sí, aunque con menor asiduidad, hasta que se desvanece de la memoria, no para todos, ni de la misma manera.
Estamos ante una novela fresca, ágil, de relaciones familiares. No vas a encontrar grandes acontecimientos, pero sí la vida, el día a día, los detalles y los sentimientos. Con todos los toques de la vida de pandilla en un pueblo, los vecinos, las batallas a pedradas, las excursiones a sitios fuera de las lindes.
Repleta de frases y experiencias que te dejan huella, o eso al menos pretende su autor, y quizá haya que saber buscarlas en cada párrafo.
La pérdida de la inocencia y su paso a la edad adulta en la que se olvida dar las gracias a quienes te acompañaron de forma especial en ese viaje. Un desapego por aquellos que un día lo dieron todo, y el paso del tiempo y la distancia se convierten en olvido, menos para la Eme.
«Para mí aquella mano tuya fue como cuando algo brota de la tierra»
En definitiva, un homenaje a esas personas que hicieron tanto por algunos, y cuando te haces mayor te das cuenta tarde de tu ingratitud hacia ellas.
Escrito por Leonor Pérez de Vega, autora del blog El dolor sí tiene nombre. Puedes seguirla en Twitter desde aquí.