Nada se opone a la noche

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Delphine de Vigan. Anagrama, 2012

Delphine de Vigan (Boulogne-Billancourt, 1966), es una escritora francesa en la que aprecio aquello que he querido o intentado transmitir en esta sección, esas pequeñas o grandes píldoras en forma de reseñas para animaros a la lectura. Y la razón la veo en el hecho de sus obras son como pastillas, y algunas, en particular esta, reflejan los elementos que nos conducen a una profunda reflexión sobre distintos temas.

Conocí a esta autora en otra obra: Días sin hambre en la que, al igual que la que ahora comentaré, de forma autobiográfica nos relata sus problemas o trastorno de alimentación de una manera directa, sin filtros y que me ha llevado a seguir indagando en su obra.

Preguntada sobre: “¿Y quién es usted cuando escribe? —contesta para El País—Uno es lo que decide mirar. Al escribir se multiplica. Sería yo, pero exagerada porque la escritura nos permite llevar al límite lo que somos”.

«Esperaba que la escritura me permitiera escuchar lo que se me había escapado… No estoy segura de que la escritura me permita llegar más allá de la constatación de la derrota».

La obra que ahora os reseño ha sido una de las más premiadas en Francia y sin necesidad de crímenes o epopeyas, sino con un estilo intimista ahonda en el aquí, en el ahora y en el conflicto emocional de madre e hija, regresando con otra parte de su vida. Una obra que transita por las tres generaciones de su familia, a lo largo de tres partes, las cuales no se subdividen en capítulos, lo cual no entorpece la lectura, al alternar sucesos en la vida de su protagonista en cada uno de ellos.

La clave es el conflicto emocional, un callado problema en distintas décadas, un tema abordado por muchos autores, quizá como refugio y luz a su propia salud mental y la de su madre.

Es cierto que ahora se habla o escribe más sobre la misma, pero sigue siendo un tema con estigma, más aún la época en la que se desarrollan los acontecimientos que nos relata su autora, que lo hace sin reparos y con la necesaria apertura de miras que todos desearíamos.

Lucile, en ese triple escenario, transita como hija, en una familia numerosa, hermana y madre de Delphine y su hermana Manon. De esta manera, su autora acude a los distintos narradores ante el reto de relatar su deceso y escribir sobre todo ello de una manera íntima, cerrando, si es posible, unas heridas que serían difíciles de olvidar, pero con unos matices que la hacen especial y acogedora.

Y es que Delphine no quiere que la vida de su progenitora caiga en el olvido o la incomprensión, porque supo recomponerse a las innumerables caídas que tuvo en su vida, una que no se lo puso nada fácil. Los sucesos familiares, la enfermedad mental, una economía precaria…, y la increíble capacidad de Lucile para intentar tomar las riendas de su vida hasta el final, uno que ella decidió.

«Sé muy bien que os voy a causar tristeza, pero resulta inevitable antes o después morir viva».

Con esta estructura puede que no resulte fácil seguir el texto, pero solo hay que leerlo con los ojos y palabras de su autora, para la que no creo que fuera sencillo relatar y reconstruir el engranaje de su pasado sin perder la esencia.

Con este fin acude a las distintas grabaciones, fotos, películas de la familia que van apareciendo a lo largo de las citadas tres partes que construyen la vida de Lucile. Y ello en una crónica familiar que abarca desde los años cincuenta, sesenta, setenta hasta su fallecimiento. Una obra que se acerca al incesto vivido, el continuo desencuentro emocional de una madre, con un trastorno bipolar, el cual sobrevuela e incrusta en un ir y venir de sanatorios, ingresos y lo que esto supone todo esto en la vida de sus hijas.

¿Por qué este título?, porque después de leerlo no parece que describa todo lo deseado por su autora.

Pues bien, ella lo explica.

«El título del libro está sacado de la canción “Osez Joséphine” escrita por Alain Bashung y Jean Fauque, cuya belleza sombría y audaz me ha acompañado durante toda la escritura».

Escrito por Leonor Pérez de Vega, autora del blog El dolor sí tiene nombre. Puedes seguirla en Twitter desde aquí.

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