Navidad, familia y el dolor crónico a la mesa

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Como todos los años llegan unas fechas especiales, si alguien anda despistado ya nos lo recuerdan cada vez más pronto en los supermercados, las estanterías con productos navideños aparecen antes, y las ciudades compiten por poner las luces de navidad más bonitas y espectaculares.

Navidad es sinónimo, o al menos es lo que la tradición cristiana nos recuerda, de reencuentro, de paz y armonía, de familias que se unen en estas fechas tan señaladas para compartir, bueno las que pueden, ya que muchos trabajan esos días o están fuera de su núcleo familiar.

Muchos ansían la llegada de estas fechas, aunque la verdad es que para la mayoría es un trámite que están deseando pasar cuanto antes…

Como ocurre en la vida misma, hay tantas Navidades como tipos de familias y no voy a reiterar los clásicos tópicos.

Siempre habrá uno, normalmente la matriarca que se pase las Navidades en la cocina, así recuerdo yo a mi madre, a la que luego me tocó sustituir cuando ella no podía y el resto solo venía en el momento crítico. Claro a comer y beber.¿Qué ocurre cuando a la mesa de Navidad se une un invitado –el dolor− que lleva años anclado en alguno de sus comensales?

En toda comida o cena de Navidad que se precie, hasta en las que aparecen en las películas, hay una tensión que aumenta de forma exponencial al nivel de alcohol en sangre de los convidados. Como quiero centrarme en ese concreto espectador que es tan falso como el que más ante todo para los que no lo experimentan ni lo conocen. Dejaré de lado los manidos temas de política y fútbol clásicos en las mismas, y tal como se están poniendo las cosas, la “crispación” se unirá a la mesa.

Ahora me estoy acordando del familiar que lleva años conviviendo con su dolor, porque es su dolor, el que transita con él no solo en Navidad sino todo el año. Es la maldición del dolor, ya que les suena simulado o imaginario a quienes no lo experimentan. De este modo, se acopla a las comidas navideñas, las reuniones con los padres, hermanos, cuñados y demás familia y te llevas a tu compañero de viaje…La familia en estos casos debería ser tu mejor ropa de abrigo para esas celebraciones, si bien se puede convertir para algunos en un compromiso que eleve o incremente su nivel de dolor.

¿Por qué? Tras escuchar algunas conversaciones en #pacientesquecuentan y por mi propia experiencia, estás tan cansado de explicar una y mil veces el dolor que te atrapa, el cual ha anegado hace tiempo tu casa y si alguien no lo sabe una inundación continua destruye todo lo que se precie.

Si la sociedad no lo ve, no pensemos que la familia lo va a percibir de una manera cercana. Como ya he indicado otras veces, lo importante es compartir, si bien “casi todo lo que el dolor logra, lo logra en parte gracias a su imposibilidad de ser compartido, una imposibilidad que deriva de su resistencia a ser descrito por el lenguaje”. (Las crónicas del Dolor, Melanie Melanie Thernstrom). Aunque esto último pretendemos que no siga ocurriendo.Cuando llegan estas fechas de unión y celebración navideña, manejas como puedes tu dolor

Incluso intentas poner la necesaria distancia emocional sin perder de vista que es tu familia y los quieres. Evitas en la medida de lo posible hacerte eco de los comentarios en torno a que quieres llamar la atención, o que siempre estás con lo mismo, el dolor, el sufrimiento emocional, o que tu vida gire únicamente entorno a ese convidado.

Muchas veces claudicas y acudes a esas celebraciones en las que tu deseo de poner la citada distancia emocional, bien sea por tus padres o por los niños, cuando el dolor no entiende de treguas y el estrés al que indirectamente te estás sometiendo provoca que te llegues a sentir culpable y el dolor suba en intensidad. Al final si te decides a participar en las celebraciones la coraza que has de portar debe ser de titanio para compartir mesa, ¿merece la pena? Creo que nos corresponde decidir sobre cómo pasar la Navidad, ya que el dolor va a estar con nosotros sí o sí.

Aquellos que deberían entenderte mejor, al menos eso piensas, una vez más juzgan tu actitud y pienso que quizá su vida sea tan aburrida que quieran ser ellos el centro de atención usando las leyes no escritas de “y yo más”, o “fíjate”. Me viene a la memoria una amiga que tras un cáncer con su cabeza pelona en una reunión familiar, la abuela le dice, hija que mala cara tienes. Ella responde, abuela estoy con cáncer, y la abuela que no va a ser menos, hija para mala yo…Cuando nuestras propias familias nos dicen de forma reiterada que no ponemos de nuestra parte, que solo sabemos hablar del dolor.

Pensamos sin decirlo, otros solo saben hablar de fútbol o de política y no por eso se les critica. Es fácil opinar desde la distancia y no ponerse en los zapatos del que sufre, máxime cuando es nuestra familia. Te piden que hagas el esfuerzo en Navidad, y muchos lo hacen a sabiendas de la factura que les va a pasar y que solo nosotros tenemos que pagar. No entienden ni se plantean tus silencios forzados, tu mirada vacía, soportando el ruido y unas cenas o comidas prolongadas en las que si no sonríes al final escuchas, “siempre está así”, o “le gusta llamar la atención”, o “será que está deprimida o con ese dolor que dice tener”. Ojalá fueran estas las escusas, y que si lo son no debemos sentirnos culpables por tener una enfermedad invisible llamada “dolor crónico”.Me doy permiso para:
No agotarme intentando ser una persona excelente. No soy perfecto, nadie es perfecto y la perfección es oprimente… No he nacido para ser la víctima de nadie.
(Joaquín Argente, Me doy permiso para…, Obelisco, 2006, p. 21) Felices fiestas a todos, menos a ti, mi dolor, que por desgracia me acompañarás el año que viene.

Leonor
#pacientesquecuentan

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