La niebla perene de esos días impedía que el Sol calentase las ventanas, y menos que la luz tenue de diciembre iluminara la estancia. Desde la habitación se escuchaba de forma suave el tono de Casilda.
—¿Hijo ya te has levantado?, aún es muy pronto. Sí madre, en nada te acerco el desayuno, —contesto Regino.
Lo tenía todo dispuesto, solo le había dado tiempo a comprar un pequeño adorno sonoro para la ventana, pero lo suficiente para alegrar el espíritu de Casilda. Su vista ya no le permitía percibir las luces, aunque sí los otros sentidos, los cuales se habían ido desarrollado con el tiempo.